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En el Día del Escritor y con la FIO como fuente de inspiración

 

 
verucchi
 
•13 de abril de 2022

 

Ama la literatura y se las ingenia, a diario, para encontrar un hueco que le permita leer o escribir. Es ingeniero electromecánico y autor de tres novelas, una de las cuales se publicó en pandemia. Asegura que existe una conexión entre el mundo tecnológico y el de las letras y en esta nota explica cuál es la fórmula que aplica para contornear a los números con palabras.

 


“No temas al otoño, si ha venido. Aunque caiga la flor, queda la rama. La rama queda para hacer el nido”, decía Leopoldo Lugones, el poeta, novelista, dramaturgo y periodista cordobés que nació el 13 de junio de 1874 y la vez inspira el homenaje por el Día del Escritor. Desde Olavarría y en la FIO, Carlos Verucchi asume la palabra como una celebración y siente a la literatura como esa pasión “incontrolable” que no da tregua. La ingeniería no ha sido un condicionante aunque exista un tironeo entre la tecnología y el reinado de las letras.


Con el tiempo, logró entrelazar ambos universos, consciente de que “no hay casi ingenieros ni ingenieras que escriban” y que eso lo lleva a ponerse “la ropa de ingeniero a la hora de escribir”.


Carlos Verucchi tiene 55 años, estudió ingeniería electromecánica en la Facultad de Ingeniería de Olavarría y cursó un postgrado en Concepción, Chile. Actualmente es docente titular en el Departamento de Electromecánica e investigador de la Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires (CIC PBA). Pero su biografía también incluye la escritura, donde registra la publicación de tres novelas: Fangal que data de 2012, Materia deleznable publicada tres años después y El mismo Río que asomó durante el segundo año de pandemia.


En ese mundo, Verucchi concibe inimaginable “una vida sin literatura” y su estrategia se centra en congeniar al ingeniero atraído por las fórmulas y el álgebra sin restarle protagonismo al hombre que siente debilidad por las letras.


Siempre se las ha ingeniado a para encontrarle un resquicio al día donde escribir, leer o juntarse con amigos y colegas a discutir ideas. No importa cómo pero la literatura tiene que estar. “Si un día no leo al menos una media hora o si no escribo, es un día perdido”, admite el escritor local, cuya predilección son las novelas en español y los ensayos sobre política o historia.

 

Sesenta minutos son suficientes para encontrar un remanso y dejar volar la imaginación. Lo hace sin competir con el trabajo, las obligaciones cotidianas ni los afectos. “Trato de no robarle tiempo a nadie, menos a la familia, por eso a veces escribo a las cinco de la mañana o a las ocho de un domingo cuando todos duermen”, reconoce con entusiasmo. Mario Vargas Llosa, José Donoso, Jorge Luis Borges, Ricardo Piglia, Selva Almada y María Moreno son algunos de los autores priorizados en su biblioteca.

 

Una extraña conexión

 


Ahora, la respuesta se complejiza cuando Carlos Verucchi tiene que responder por qué escribe. “Podría recurrir a un lugar común, como enseñan en los talleres literarios, y decir que no podría vivir sin escribir. Es una respuesta demasiado literaria. Creo que escribo para escaparme”, reconoce con cierto tono enigmático y sin ahondar en profundidades.


Es partidario de un tipo de literatura que no hace eje sobre lo que se escribe porque considera que eso no tiene demasiada relevancia. A lo que sí le concede importancia para Carlos Verucchi son las formas. El tema, la trama o la anécdota sobre la cual gira su narrativa resultan “accesorios” y por eso escribe sobre “temas que conozco bien, porque soy haragán para investigar”, explica encogiéndose de hombros.


Justamente por eso, le resulta más cómodo abordar cuestiones que conoce en detalle como “la vida de un trabajador industrial, la Escuela Técnica de Olavarría, la Facultad de Ingeniería, las tardes de bohemia en una mesa de La París”, detalla.


En sus producciones narrativas sobrevuela siempre una extraña conexión entre la Ingeniería y la literatura. “A veces siento que el escritor y el ingeniero o más aún el docente universitario que se desempeña como investigador, tironean en direcciones opuestas” dado que “en general, unos y otros tienen en la sociedad roles opuestos”, enfatiza.


De hecho, mientras relee “La voluntad”, de Eduardo Anguita y Martín Caparrós, explica que el académico “cree a ciegas en que los avances tecnológicos y científicos van a dar solución a la mayoría de los problemas de la humanidad” a diferencia de las personas dedicadas al oficio literario, que van en el sentido contrario y “se encargan de poner paños fríos a esa expectativa desmedida y a poner en duda supuestos ´avances´”.

 

Para graficarlo, Carlos Verucchi se remonta a la era victoriana. “En medio de la fiesta que se vivía en Inglaterra durante la Revolución Industrial, fiesta en el sentido de haberse alcanzado el pleno empleo, un crecimiento económico nunca visto, una transformación muy profunda de la estructura social, había un escritor, Charles Dickens, que denunciaba a través de sus novelas ciertas incongruencias que observaba en la gran concentración de obreros en los arrabales de Manchester y Londres”, relata.

 

Es decir que "en medio de esa euforia descontrolada había algo que no encajaba y el tiempo le dio la razón en gran medida”, plantea el ingeniero escritor.

 

Desde esa lógica, observa que “tal vez esa sea la misión de los escritores, mofarse de las ínfulas de progresismo de los tecnócratas, desconfiar de ese positivismo exacerbado”. Y elige un término ingenieril para perfilar lo que es la literatura o la música, el arte en general, al señalar que funcionan como “la derivada segunda de una función: miran desde lejos, ven lo esencial, pierden de vista los detalles, van a fondo y no se quedan en las apariencias de la inmediatez”.

 

Con fórmula propia

 


En medio de ese arte de la expresión escrita o hablada, la FIO asoma permanentemente como fuente de inspiración. “No hay casi ingenieros ni ingenieras que escriban, por eso tengo que ponerme la ropa de ingeniero a la hora de escribir. Es la única chance que me queda de ser original, es la manera más sencilla de decir algo distinto, de ver cosas que el resto no ve”, responde con aire desafiante. A la par, ajusta detalles de su próxima Columna Literaria dominical que publica un portal local.


Pero el escritor que también es ingeniero va más lejos en su análisis y apunta que “al no haber profesionales de la ingeniería que espíen dentro de la literatura, en este caso una malformación profesional puede convertirse en virtud. Lamentablemente tardé mucho tiempo en entenderlo. Antes trataba de disimular mi condición de ingeniero, ahora la magnifico”, concluye con tono resuelto. Mientras tanto, sigue atrapado con la lectura de “Las señoritas”, de Laura Ramos, que cuenta la historia de las maestras norteamericanas convocadas por Sarmiento, a mediados del siglo XIX, para alfabetizar cada rincón del país y enseñar a conjugar números y letras, como tanto le gusta a Carlos Verucchi.

 

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