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Una investigadora colombiana e integrante de la Cátedra Matilda y las Mujeres, llegó a la FIO para una estancia doctoral

 

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• 31 de agosto de 2022

Tiempo de lectura: 5'

 

Sandra Milena Merchan Rubiano lleva más años en Colombia ejerciendo la docencia universitaria que trabajando como profesional de la Ingeniería de Sistemas, su formación de base. Por eso -dice- se siente más docente que ingeniera.


Llegó a Olavarría en el marco de una estancia de investigación para sus estudios doctorales en Educación y Sociedad de la Universidad de La Salle (Bogotá) a través de la Cátedra Abierta Latinoamericana “Matilda y las Mujeres en Ingeniería”, donde la Facultad de Ingeniería tiene representación en la figura de las ingenieras María Peralta y Silvia García.

 

Su trabajo de investigación busca desentrañar los sentidos y prácticas que circulan en la formación de ingenieros/as y hacen a la ética profesional en Latinoamérica pero con una distinción de género, una problemática que para la FIO cobra cada vez más atención.

 

Durante un mes y hasta el 10 de septiembre, Merchan se volcó de lleno a realizar entrevistas, sistematizar datos, participar de experiencias hacia el interior de la Universidad y reunir material que luego formará parte de su tesis doctoral.


El género en ingeniería es un tema con poco recorrido académico en Latinoamérica ¿Cómo llegaste a la temática?


Mi idea original era indagar en el perfil ético profesional del profesional de la ingeniería y cómo es producto de todas las interacciones comunicacionales que se dan en el espacio de la cultura de la formación de ingenieros e ingenieras.

 

En la Universidad El Bosque de Colombia doy clases de la asignatura “Labor social”. Allí estudiantes de Ingeniería de Sistemas del sexto semestre transitan el aprendizaje en servicio, es decir, brindar su expertise sobre ingeniería de sistemas a una comunidad o lugar donde el contexto socioeconómico sea diferente al propio. En general son contextos comunitarios donde hay vulnerabilidad socioeconómica. Buscamos salidas en desiertos, comunidades indígenas y otros lugares donde no se imaginan que la ingeniería en sistemas podría llevarlos.

 

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Merchan, junto a las ingenieras María Peralta y Silvia García; una red de contactos que se generó a través de la Cátedra Matilda y las Mujeres conformada por profesionales de 13 países

Este recorrido en el ámbito académico me suscitó interrogantes como docente. Yo siempre investigué en educación, de hecho antes de 2018 mis investigaciones se orientaban hacia las tecnologías educativas. Es así que en el 2019 me inscribí al doctorado de la Universidad de La Salle, que es orientado a investigación social, a problemáticas que contribuyan a una transformación, con la premisa de que en el imaginario de los estudiantes el ser ingeniero es más producto del escenario y la experiencia sociocultural.

 

Es entonces que me propuse abordar los escenarios socioculturales en la educación de los ingenieros; preguntarme cuáles son las ideas, creencias, imaginarios, principios que están allí en ese ecosistema donde hay muchos actores, docentes, empresarios y todos determinan ese “ser ingeniero”.

 

Empecé por un trabajo en campo y mi tutor, el doctor Carlos Valerio Echavarria quien también es el Director del Doctorado, me pidió que iniciara escribiendo mi propia experiencia como ingeniera, para luego ser analizada no como autora sino como investigadora. Encontré que mi relato estaba fuertemente marcado por violencias o discriminaciones basadas en género, por mi condición de ser mujer. (N de R: se explayó al respecto en la tercera edición del libro)

 

Fue algo revelador como mujer, como investigadora, como ingeniera; reconocer que había sido maltratada, violentada por el hecho de ser mujer. Además estaba en un entorno completamente masculino que me había hecho víctima de violencias que en su momento no lograba reconocer como tales. Y ahí surgió el tema: la formación ética profesional en ingeniería, pero con mirada de género.


¿Al momento de observar estas experiencias, te habías acercado a algún material o concepto feminista?


Ninguno. Del relato nació todo.

Entonces el camino iba a ser la misma investigación pero reconociendo y entendiendo que la experiencia de la mujer y del hombre en el campo son diferentes y deben analizarse de manera diferenciada. Entonces en ese sentido, cualquier reconstrucción de la experiencia cultural también deben ser diferenciadas.


¿Qué significó llegar a la Cátedra abierta Matilda y las Mujeres en Ingeniería?


Cuando me decidí por el tema en 2020 no sabía por dónde empezar y había poco Estado del Arte. En la búsqueda de evaluadores para el anteproyecto encontré a la Dra. Adriana Cecilia Páez Pino, que estaba trabajando en la Cátedra Matilda y las Mujeres en Ingeniería; y María Catalina Rodríguez, De la Universidad de Los Andes y la organización Ingenieros Sin Fronteras en Colombia.

 

Adriana me mostró un ímpetu inspirador en el tema, de la importancia de investigar en ética y genero en ingeniería, y me invitó a unirme a la Cátedra. Allí conocí a Silvia García (N de R: Docente investigadora de la FIO).

 

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Encontrar la Cátedra Matilda fue hallar primero que lo que me había pasado quizá le pasó a otras mujeres, y que nos estamos uniendo para transformar esas realidades. Y eso es importante que sepamos las mujeres ingenieras. Quizá muchas hemos pasado por experiencias dolorosas, pesadas, y nos hemos inculpado a nosotras mismas. Lo que hemos vivido tiene nombre; nos pasa todo el tiempo y nos ha pasado: tan así que me di cuenta que había mujeres ingenieras que no lo identificaban.

 

Una vez que me sumé al comité de investigación de la cátedra, vine a replicar la experiencia en Argentina a la par con las Facultades de Ingeniería de la  Universidad Nacional y la Universidad de Los Andes.

 

¿En qué consiste la tarea en general y dentro de la Facultad de Ingeniería de la UNICEN?

 

Estoy llevando adelante un conjunto de entrevistas de diferentes perfiles que me permitan a través de la narración, vislumbrar experiencias socioculturales. Entre ellas docentes, egresados, estudiantes e integrantes de la gestión de la Facultad, ya que todos tienen una perspectiva de la formación ética profesional de la ingeniería.

Se trata de pensar ese escenario como un sistema en el cual interactúan muchos actores y diferentes posturas. El ingeniero docente vive experiencias que lo construyen; uno es un reflejo de los mensajes y experiencias que tuvo en su vida como estudiante. Y a su vez, lo declararemos o no, siempre hay algo que quieres formar en tus estudiantes. En tanto, el egresado da cuenta del entorno. Estos aspectos surgen en el relato.

 

Yo quiero abstraer un mapa con diferentes dimensiones en el cual hay muchos actores que generan imaginarios. Mirar cómo se construye ese perfil ético profesional en ingeniería y desde una mirada de género que es imposible de ignorar. Por ejemplo, en la planta docente de la universidad donde trabajo hay dos ingenieras permanentes, en un medio de 31 hombres.

 

¿Qué expectativa te genera el trabajo de investigación?

 

La contribución que espero darle tanto a la FIO como a las otras universidades que están participando es decir “miren, su ecosistema tiene esta forma, estos sentidos. Lo que está construyendo éticamente a sus profesionales egresados son tales cuestiones”, pero la mirada de género permitirá entender contra qué tenemos que luchar para evitar que se reproduzcan desigualdades.

 

Como mujeres queremos dejar de sufrir. Parte de estar aquí es decir yo fui víctima, pero para que la historia de las que vienen no sea la misma, hay que cambiar las cosas. Si buscamos esos significados y encontramos la diferencia entre lo construido desde lo masculino y desde lo femenino, probablemente de allí surjan los aspectos que debemos transformar.

 

Finalmente, no quiero dejar de resaltar que más allá de todo el recorrido académico que es fascinante, lo mejor de la experiencia es lo que queda en mi interior.

 

 

 

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