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El arte de construir con cemento y corazón

Un puente construido para unir dos puntos distantes cumple perfectamente su función de utilidad. Pero si su estructura incorpora un diseño artístico, con materiales atractivos y formas complejas, donde interactúan lo cromático y lo histórico, lo emotivo y lo estético, se convierte en una manifestación simbólica que trasciende el sólo objetivo de cambiar de margen.

Esta visión humanística sobre las estructuras de hormigón hicieron famoso y reconocido al ingeniero español Julio Martínez Calzón, quien ha dirigido en todo el mundo un gran número de obras de edificios, puentes, torres, viaductos, y otras estructuras que cambiaron para siempre el paisaje.

Martínez Calzón fue el responsable de dirigir la Torre de comunicaciones con diseño futurista ubicada en la sierra de Collserola, Barcelona. También en ese municipio, dirigió el Palau Sant Jordi, un pabellón multifuncional construido para los Juegos Olímpicos de 1992. Puso su sello además en el Museo de Altamira, en el rascacielos Torre Espacio y en Teatros del Canal, en Madrid, y en varios puentes en toda España, así en como Canadá, y Uruguay.

El ingeniero de caminos estuvo días pasados en Olavarría, donde participó de las Terceras Jornadas sobre la Enseñanza del Hormigón Estructural, que se realizaron en la Facultad de Ingeniería y que convocaron a una gran cantidad de especialistas de todo el país para debatir acerca de las estructuras de hormigón y el rol docente.

“Pienso que me dediqué a las estructuras porque era la forma más apropiada para crear algo artístico”, disparó el ingeniero oriundo de Valencia. Amable y con lenguaje elegante, Martínez Calzón admite que dedicó su vida a las grandes estructuras y puentes singulares. “No he querido ligarme a actividad sistemática, sino buscar la incorporación de novedades, de criterios y sistemas nuevos. Y he tenido la fortuna de estar en España en momentos de las Olimpiadas y de la Feria de Sevilla, en 1992, que dieron origen a unas necesidades activas en construcciones singulares, con conexiones con grandes arquitectos extranjeros”, recordó.

Apasionado del conocimiento tecnológico, fusionó sus inquietudes con el universo del arte, la filosofía, la música, y también la poesía. Así, en su extensa trayectoria este ingeniero pudo combinar el mundo de la ingeniería con el humanismo. “Yo digo que la ingeniería (es)-cultura. Porque el diseño de las grandes obras de ingeniería, como grandes puentes o estructuras, tiene algo de artístico, de gran escultura. Todos los conceptos del arte se pueden acoplar a esos diseños, sin quitarle funcionalidad y superando el mero valor visual”, afirmó.

Íconos

La hermosura no es gratuita, pero tampoco debe ser abusiva. “Ese plus de belleza o de estética que se le puede buscar a la obra para que sea atractiva no debe ser caro. Hay que trabajar con el espíritu romano de severidad y con el concepto griego de excelencia”, graficó. “En cualquiera de mis obras hay una búsqueda latente de unión con los clásicos griegos y romanos. No son búsqueda directas sino sutiles, siempre sutilmente incorporadas, para detectar en forma subliminar esa conexión entre el arte y la gran obra funcional de ingeniería. He buscado siempre que la obra no fuera estrictamente funcional, que tenga esa multiplicidad de visiones alejadas de una obra muerta y estrictamente acoplada a la necesidad, sino que fuera una obra vital que tuviera su personalidad, como un retrato, atractiva para las personas”, se entusiasmó.

Martínez Calzón sabe que sus ideas modificaron el horizonte de muchas ciudades, y la perspectiva de sus propios habitantes. “Cualquier pieza de la ingeniería singular termina siendo un símbolo de la ciudad, es iconográfica si se le sabe extraer ese concepto, y no necesariamente costosa.

No se trata de hacer cosas aparatosas, sino cosas proporcionadas, armoniosas, cromáticas, que tengan textura, un color, una forma, que suavemente cambie los parámetros de esa forma estrictamente funcional”, explicó.

Su primer ejemplo lo dedicó a los estribos de los puentes. “Los entronques con el terreno normalmente se hacen muy mal, con formas terribles que parecen vertederos. Ahí hay que dedicar un tiempo de diseño y de pulcritud, para crear una interacción entre la tierra y la obra. Ese tipo de sensaciones es la que he buscado, que la obra sea atractiva y de una gran excelencia”.

Foto sin árbol

Ni bien llegó a Olavarría, el ingeniero español estuvo dos horas recorriendo diversos lugares y sacando fotos. Era la primera vez que se internaba en la pampa, en auto, con el paisaje de la planicie eterna. “Me ha parecido una ciudad muy sencilla, como si entrara en un lugar conocido, con un trazado tan romano. Uno enseguida tiene una relación muy clara con la ciudad, con haber visto un poco inmediatamente la proyecta”, describió. A través de su cámara, se llevó impresiones de un centro colonial, del potente edificio cubista del teatro, de las esquinas con reminiscencias ibéricas, y de la iglesia San José “con el interior muy sudamericano”.

“Es una ciudad muy apacible, lo único es que hay mucho hormigón y muy poco árbol, ustedes deben sufrir en verano”, sentenció, cordialmente. “Y el árbol juega un papel ciudadano de primera magnitud, da unos estímulos diferentes, otro paisaje, otro sentimiento con lo humanístico”, amplió.

Jugando con la fantasía, admitió que un edificio de altura podría disputarle el protagonismo a estas planicies invencibles. El ingeniero piensa en una obra singular ya que “son baratos en el sentido que de usan menos energía, comunicaciones, calefacción, mantenimiento. Se pueden disponer zonas para hacer estos edificios. Hacer barrios extendidos de plano va en contra de la sostenibilidad energética, de recursos, y es excesivamente caro para la sociedad”, afirmó. “De todas formas aquí juega un papel decisivo la idiosincrasia de cada pueblo”.

Con todo, Martínez Calzón sigue haciendo puentes entre la ingeniería y la belleza estética, con funcionalidad y costos razonables. “A lo mejor toda esta sensibilidad se nutre de la cultura, que hace que la sociedad se comporte de maneras trascendentales”, dijo. “La cultura exige un pequeño esfuerzo, pero el rendimiento que se le saca es enorme, muchos años de emoción y encantamiento, y un potencial de expresión infinito”, subrayó.

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